Texto publicado originalmente en «Comer o no comer» en 2015. He actualizado algunos datos.

Lo creáis o no, Olga Ayllón (mi pareja) y yo solemos buscar la mesa del restaurante que más lejos se encuentre de cualquier familia con niños. Y no porque no nos gusten los niños, porque la pura verdad es que nos encantan. Lo hacemos para evitar escuchar atrocidades como la que da título a este texto: “si no te lo comes, no te querré”.

La salvajada la profirió una mujer tras constatar que su hijo (quien, por cierto, presentaba un claro exceso de peso) no se terminaba un croissant. Olga y yo apuramos nuestro café y huimos como alma que lleva el diablo, planteándonos cuál de estas dos opciones es peor:

1.- que un niño sienta que el amor de su madre dependa de que él engulla un grasientoazucarado croissant (daño emocional), o

2.- el posible perjuicio físico (sin contar con el probable estigma social) que supondrá para el niño los kilos de más que arrastrará por culpa de pertenecer al “club del plato limpio”.

Cuatro días antes pasamos por delante de una máquina expendedora de “comida” (ejem), y volvimos a recibir otra puñalada en nuestra alma de nutricionistas y en nuestro espíritu de padres cálidos y afectuosos. Aquí va la conversación:

Papá, no quiero más.

Te la has pedido, te la tomas entera.

¿Sabéis qué es esa cosa que se tenía que tomar enterita el pobre niño? Una lata de Coca-Cola. ¿Cómo se os queda el cuerpo? A nosotros, fatal. En el texto «Evitar las bebidas azucaradas (‘refrescos’), prioridad mundial«, así como en el libro «Beber sin sed» (coordinado por el pediatra Carlos Casabona), tenéis lo que opina cualquier profesional sanitario que se precie sobre el dichoso “refresco”.  Si obligar a un niño a comer, tenga el peso que tenga, incrementa el riesgo de que padezca obesidad (además de ser inútil, innecesario, denigrante y antiético), obligarle a ingerir azúcar líquido es una auténtica aberración.

Ahora vienen curvas. Resulta que compartí esta última conversación, la de la Coca-Cola, en mi cuenta de Facebook (concretamente aquí), y varias personas añadieron frases o anécdotas similares. Algunas son para echarse a llorar. Ahí van:

Olga Espinosa: “Entrando por el portal de casa, una abuela riñendo a gritos a su nieto menor de 2 años porque le ha comprado una palmera de chocolate y la ha dejado casi entera…”.

Ana Lucía Fernández: “[…] cuando trabajaba de camarera, mas de una vez, sentados a la mesa, los niños pedían «agua» para beber, y los padres corregían: ‘Cariño, hoy hemos salido, pídete una Coca-cola’… Tráele una…»

Mireia Fuero: “Hará unos meses, vi a un padre cómo chantajeaba a su hijo con el patinete si no se comía el donut”.

Montse Moleón: “Yo presencié horrorizada, una tarde de verano, en una terraza, cómo una pareja llenaba de Coca-Cola el biberón de un niño, que no llegaba a un año, y se lo enchufaba para que se estuviera calladito y entretenido un rato, atado en el carro, y poderse comer tranquilos las bravas”.

Mentiras, chantaje emocional, intimidación, soberbia, presión, violencia, autoritarismo, negligencia… un dechado de virtudes.  Deprimente a más no poder.

Si utilizas la coacción para alimentar a tu hijo, te ruego que te hagas ahora mismo con un ejemplar del magnífico libro “Mi niño no me come” del pediatra Carlos González. Cuando lo acabes, si todavía no te has convencido de que debes cambiar de actitud, te sugiero leer mi libro “Se me hace bola”. Mientras los localizas, pega una ojeada a estos cuatro textos:

Ah, y dile a tu hijo lo antes posible la pura verdad: “te querré siempre, comas lo que comas”.

 

 

 

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