La semana pasada compartí la imagen que ilustra esta entrada en mis redes sociales. Indiqué que quería contar algo sobre ella, pero tenía sueño y me puse a hablarle al niño de la foto. Os dejo aquí mi «monólogo retrospectivo», por si os apetece leerlo: https://www.facebook.com/julio.basultomarset/posts/3109383159148062

El caso es que según mi madre, que es quien me la hizo llegar (¡gracias de nuevo @marialuisamarset ♥️!), entonces yo tenía unos 10 años. Hasta aproximadamente los 15 años yo fui el segundo niño más bajito de la clase (a esas edades no te libras de saber esta clase de datos estigmatizantes… ). Tampoco es que fuera un The Rock. Sigo sin serlo, pero sí mido más o menos como la media nacional. Pero alrededor de los 15 años empecé a comer como una lima. Mi hermana Rosa me comentó hace poco que se acuerda de cómo yo pronunciaba una y otra vez la frase “¡Me gusta comer!”. Yo recuerdo cómo arrasaba con todo lo que hubiera en la nevera. Incluso me enfadaba si no tenía comida a mano. ¡Lo siento, mami! (si te sirve de consuelo, ahora me pasa con mis hijas).

Explico esto porque la mayoría de progenitores se preocupan sobremanera si su hijo come poco, pero también si come demasiado. Y lo que ocurre, en la inmensa mayor parte de los casos, es que el niño come en función de lo que tiene que crecer, y no al revés. Es decir, no va a crecer más si come más, sino que va a comer más si le toca crecer. Bueno, puede que crezca “a lo ancho” si lo que come son productos malsanos o si le obligamos a comer por encima de sus sensaciones de hambre y saciedad.

Así, mi aumento del apetito se correlacionó, lógicamente, con el crecimiento en altura que viví en esa etapa. También con el incremento en la actividad física: en esa época dejé de sufrir bronquitis y pude realizar ejercicio físico sin ahogarme.

Por eso, entre otros motivos, los comités de expertos insisten en que respetemos el apetito del niño… además de poner a su alcance comida sana y predicar con el ejemplo. Amplié esta cuestión en mi libro “Se me hace bola”. Y es lo que aparece, de hecho, en la recién publicada guía de la Agència de Salut Pública de Catalunya “L’alimentació saludable en l’etapa escolar. Edició 2020”, coordinada por Gemma Salvador, Maria Blanquer y Maria Manera, y en la que he tenido el honor de participar como revisor. En breve la compartiré de manera más formal por aquí (de momento solo está en catalán, por cierto, pero en breve estará traducida al castellano).

Un abrazo y gracias por leerme.

 

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