Hará unos 14 años, mi hija mediana, la gran Ana Basulto Ayllón (en Instagram: ana.basulto.ayllon), agarró un pimiento de la sección de verduras y se dedicó a pasear su cuerpo serrano por todo el supermercado mientras se lo comía a bocado limpio.

Acto seguido, Olga Ayllón, mi maravillosa pareja (en Instagram @olga.ayllon) le puso un pañuelo en el pecho para que no se manchase el jerseicito blanco, mientras me gritaba en voz baja: ¡¡¡hazle una foto, Julio!!! Porque, como buenos padres dignos o merecedores de tal cargo, llevábamos la cámara de fotos encima.

Así que inmortalicé el momento “Ana masticando un pimiento rojo mientras menosprecia las tentaciones saladograsientoazucaradas que le sitian a izquierda y derecha”.

Pero, ¿por qué traigo hoy por aquí esta foto? ¿Para alardear de lo buenos padres y mejores educadores que hemos sido Olga y yo? Pues no. Lo hago para explicar que una foto no es la realidad. Porque por más que Ana sea hija de dos nutricionistas y por más que sea verdad que un remoto día se comió un pimiento rojo motu proprio, lo cierto es que un tiempo después estuvo cenando arroz con huevo frito (y que nadie intentara ponerle algo distinto, porque la liaba pardísima) durante algo así como dos años. Hicimos algún intento fallido de sustituir el arroz blanco por integral, porque es mucho más saludable (Adv Nutr. 2016 Nov 15;7(6):1052-1065). Pero en cuanto se lo plantábamos delante nos decía, con palabras más finas, que nos metiéramos ese arroz por donde amargan los pepinos. De forma sibilina, prácticamente grano a grano, conseguimos cambiar el arroz blanco por arroz integral con paciencia de monja capuchina.

El caso es que tanto ella como la enorme María Basulto Díez (en Instagram @mery930) y  el extraordinario Òliver Basulto Ayllón (en Instagram @oliver_basulto_ayllon) han pasado a lo largo de su infancia grandes temporadas siguiendo dietas bastante monótotas. La antítesis del «comer de todo«. El “menú infantil”, vamos. Y en muchísimas ocasiones nos han lanzado por la cabeza (metafóricamente… casi siempre) cualquier cosa parecida a un vegetal. Incluyendo los pimientos rojos, claro.

Hoy comen muy saludablemente. ¿Es mérito nuestro? No lo sé. Pero si es así, las únicas armas que hemos empuñado han sido priorizar en nuestro hogar la calidez y el buen humor, tener paciencia (pero paciencia de años, no de días o de meses), ser flexibles, dar ejemplo, intentar que en casa solo haya comida sana (hablé de ello aquí), comer en familia lo más a menudo posible y respetar su apetito y sus preferencias (como aconseja la Generalitat de Catalunya).

Sin olvidar la vitamina más importante: la vitamina A. Pero no el retinol o sus precursores, los carotenoides, sino la vitamina A de Amor.

Foto publicada con autorización (¡gracias Ana!).

 

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