Texto publicado originalmente el 1 de septiembre de 2014 en Espacio Abierto.

Hay quien confunde a los niños con el mando de la tele. Y también hay quien, aprovechándose de ello, pretende darnos las instrucciones de dicho “mando”, para que nuestros hijos nos obedezcan sumisamente, obviando los peligros de la obediencia ciega. En mi ámbito, la alimentación humana, también sucede. Ahora mismo hay dos best-sellers, escritos por sendos famosos (que no reputados) pseudoexpertos, que nos perjuran que con su “método” conquistaremos el control del antedicho “mando” y doblegaremos los “chantajes” y “caprichos” de los pequeños (sic) para conseguir que coman “de todo”. Como todo ello me parece un soberano despropósito, además de un insulto a la infancia, me encanta cada vez que alguien publica un estudio como el que comento en esta entrada.

Presentar los alimentos a los preescolares sin decir ni palabra sobre sus (hipotéticos) beneficios es lo mejor. Explicarles que algo es sano o “nos pone fuertes” puede ser contraproducente y traducirse en que comerán menos. Es lo que concluye una inteligentísima investigación recién publicada por Michal Maimaran y Ayelet Fishbach, que amplío en unas líneas. Pero antes, ojo al vocablo “presentar” que he puesto en cursiva, para subrayar que no es sinónimo de “introducir”. Tampoco de “embutir”, “encajar” o mucho menos “empotrar”. Porque mucha gente lo hace, y a diario. Presentar significa que ponemos los alimentos delante de los niños, y que ellos deciden si se los comen y cuánto comen. Sin premios, sin felicitaciones y (por supuesto) sin reprimendas o castigos. Justito lo que acaba de proponer (agosto de 2014) la Academia de Nutrición y Dietética, la más grande organización estadounidense de profesionales de la nutrición humana. Lean, lean:

“[…] el uso de un enfoque de la alimentación perceptiva [en inglés “responsive”, que en ocasiones se traduce como “responsiva”], en la que el cuidador reconoce las señales de hambre y saciedad del niño, y responde en consecuencia, se ha incorporado en numerosos programas federales de alimentación y nutrición internacionales. […]. Con este enfoque, el  papel de los padres u otros cuidadores con respecto a la alimentación consiste en proporcionar oportunidades estructuradas para comer, un apoyo apropiado en función del desarrollo del niño, y alimentos adecuados, sin coaccionar al niño para que coma. Los niños son responsables de determinar si comen o no y en qué cantidad lo hacen, de entre lo que se les ofrece”.

Aparece en su documento “Nutrition Guidance for Healthy Children Ages 2 to 11 Years” (Guía nutricional para niños sanos de entre 2 y 11 años), que pueden consultar aquí. También hablan de alimentación perceptiva entidades como la Organización Panamericana de la Salud (aquí) o el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE. UU. (aquí).

Vayamos pues al estudio de Maimaran y Fishbach, publicado en junio de 2014 en la revista Journal of Consumer Research. En él han observado  “evidencias consistentes” de lo siguiente: si le decimos a un preescolar que un alimento le ayuda a aprender a leer, a saber contar, o a estar más fuerte, eso se traduce en que declarará tener menos ganas de comérselo y además comerá menos …aunque sea una galleta salada. Realizaron varios experimentos con niños de entre 3 y 5,5 años. En un par de ellos hacían entender a los niños (mediante dibujos y explicaciones simultáneas) que tomar zanahorias les ayudaría a aprender a contar o a leer. Es falso, pero lo hicieron para ver qué pasaba. Y resulta que los niños, desde ese momento, declararon que las zanahorias estaban menos sabrosas, y además comieron menos cantidad que si no se les decía ni pío (había un grupo “control”).

Pero hay más. En otro experimento les detallaban que las crackers (galletas saladas, que les encantan a los niños –y a los adultos-) “te hacen estar fuerte”. Y lo mismo: a los niños les parecían menos apetecibles, y además comían menos. “Los mensajes de salud pueden reducir el consumo”, declaran los autores. Eso pasó en un experimento aislado, así que ¿qué sucederá si cada día machacamos a nuestros hijos diciéndoles que el tomate es cardioprotector? “Las recompensas a menudo socavan la motivación intrínseca”, declaran Maimaran y Fishbach, “incluso si es una recompensa psicológica”.

Los investigadores, muy listos, pensaron que alguien les echaría en cara que para los niños de entre 3 y 5 años estar fuerte o saber contar o leer no es importante. Así que hicieron un test con una muestra de niños de esta edad, y descubrieron que no hay diferencias entre la importancia que asignan a la salud (“estar fuerte”) o la inteligencia (“saber contar” o “saber leer”) que la que otorgan a otras cuestiones, como “ser guapo”, “tener muchos amigos”, etc.

Probaron también a ver qué pasaba si les decían a los niños que el alimento tiene buen sabor (“está delicioso”), y nada, no tomaron ni más ni menos. En este caso no se redujo el consumo, aunque postulan que “poner énfasis en el sabor de un alimento podría conducir a que el niño piense que es menos saludable”.

¿Qué proponen? Pues algo parecido a lo que señala la Academia de Nutrición y Dietética: ofrecer alimentos saludables y dejar que el niño sea el que decida si se los come o no. Aunque añaden algo más: que los padres o cuidadores prediquen con el ejemplo (que no con las palabras). Muy de acuerdo.

Ahora imagina que llaman a tu puerta a las 15:30h. Dos veces seguidas, es decir, dos sonoros “Ding-dong” que retumban por toda la casa y que te hacen acudir rápidamente a abrir por si es algo urgente. Mientras caminas por el pasillo, piensas en quién puede ser. Por la hora, es muy poco probable que sea el cartero: seguro que ya está fuera de servicio. Tampoco un vecino pidiéndote una pizca de sal (¡yodada!) porque se le ha acabado y la necesita para aderezar un guacamole. Además, no llamaría con semejante insistencia. Al abrir te encuentras a una pareja de jóvenes entrajados, que lucen una sospechosa sonrisa que hace juego con la colonia. Atención, pregunta: ¿qué pensarás en el momento en que te digan “le proponemos pagar menos por su servicio de teléfono”? Yo lo tengo claro: que aquí hay gato encerrado. Es lo mismo que piensa un menor cuando un sonriente adulto interrumpe su natural proceso de alimentación y lo “instrumentaliza” a base de “ding-dongs”. Es decir, cuando en vez de permitir que el niño disfrute y saboree la comida según sus gustos y preferencias (dentro de una oferta de comida sana, se entiende), le suelta mentiras como que “el tomate te hace crecer”.

 

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