Yo era pequeño e inmaduro, pero no era tan tonto como para no entender el significado de esa maldición.

 

Quien se la soltó a mi madre perseguía que ella dejara de “malcriarnos” a mis herman@s y a mí, profetizando que nos convertiríamos en cuatro psicópatas a causa de su flexibilidad. Que abusaríamos de ella sin compasión. Que la exprimiríamos igual que a un trapo de cocina y acabaríamos despreciándola en privado y en público, como quien propina un feo escupitajo en la cara al alma bondadosa que le ha hecho un favor.

 

Recuerdo pensar: es imposible que alguien denigre a mi mamá. Imposible.

 

Ahora, mirando hacia atrás y con la experiencia de mi propia paternidad, entiendo que cuatro hij@s seguidos (nos llevamos un año y medio entre mis herman@s y yo) era un reto enorme y constante para la más sosegada de las paciencias.

 

Pero mi madre aguantaba nuestros gritos, nuestras discusiones, nuestros enfados y nuestros caprichos de personitas a medio hacer con admirable serenidad. Seguro que no siempre, desde luego. Aunque debería esforzarme mucho para visualizar un momento en el que ella perdiera los papeles. Lo bueno era (y es) tan bueno, que mi cerebro solo recuerda esa mirada que parecía confiar en que tarde o temprano maduraríamos.

 

Sin embargo, a aquel remoto agorero le retorcía la tolerancia de mi madre, le irritaba su paciencia, le sacaba de quicio su comprensión.

 

Educar debía ser para él sinónimo de mano dura y nuestra madre era blanda como esa almohada que te lleva al sueño con su suavidad.

 

Y ha pasado el tiempo. Suficiente tiempo. Mis dos hermanas, mi hermano y yo pasamos ya de los 40 años. Y lo que hemos puesto, lo que ponemos y lo que pondremos en su cara no son escupitajos. Son besos. Besos amorosos. Besos, sobre todo, agradecidos.

 

Te quiero, mami. Gracias por tanto.

 

Conferencias y cursos de Julio Basulto:

Cursos_y_conferencias

 

 

 

 

 

 

 

Suscribirse a este blog: http://juliobasulto.com/novedad-suscripcion-a-mi-blog-a-traves-del-correo-electronico/