Texto publicado originalmente en «Espacio abierto» el 18 de noviembre de 2014

Las creencias populares caminan por sendas distintas a las que recorren las evidencias científicas. Las primeras suelen basarse en anécdotas, algo que resume un concepto llamado “amimefuncionismo”, que conviene mirar de cerca para no caer en sus hipnóticas redes.

El término amimefuncionismo proviene de englobar en una sola palabra la frase “a mí me funciona” y terminarla con el sufijo “-ismo”. Ello da lugar a un sustantivo muy útil para enmarcar este fenómeno como lo que es, un extendido movimiento social que basa su doctrina en una observación sesgada y exenta de cualquier conato de rigor científico (“podéis decir misa, pero a mí me funciona”).

Ojo, porque con “rigor científico” no me refiero a cálculos matemáticos cuadriculados ni a complejas variables epidemiológicas, sino a abrir la posibilidad de que existan explicaciones, para el fenómeno observado, distintas a las que nosotros le atribuimos tras una observación poco deliberada.

Me explico con un ejemplo: una persona con exceso de peso acude a la consulta de un “terapeuta alternativo” enfundado en una bata de un blanco nuclear, que le confiere un aire de experto en salud pública de incuestionable reputación. El motivo de la consulta es, pongamos, el exceso de peso. El “terapeuta” atiende, pregunta escucha y empatiza. También aconseja una hora de ejercicio físico diaria, alejarse de las galletas, de la bollería y de los “refrescos”, dejar de consumir embutido, y tomar flores de Bach, justo antes de cobrar 100 euros del ala.

Una semana después, el paciente vuelve a desperdiciar 100 euros, que diga, vuelve a la consulta, y la báscula revela que ha perdido 5 kilos. ¡Maravilloso! Tanto el “terapeuta”  como el paciente no dudan de que la clave del éxito radica, cómo no, en las mágicas flores de Bach.

Reflexionemos. ¿No tendrá nada que ver el hecho de que cuando pedimos ayuda para perder peso es que estamos dispuestos a realizar cambios en nuestra vida? Tales cambios, como la hora de actividad física o la eliminación de la bollería, que casualmente ha recetado el “terapeuta”, son determinantes para adelgazar. Los 100 euros también son importantes, por cierto, porque tras la inversión es poco probable que el paciente se pase la semana “hidratándose” a base de coca-cola. No menos importante es, sin duda, el hecho de que el “terapeuta” haya escuchado atentamente al paciente, con una actitud empática: el apoyo psicológico resulta crucial para abordar tanto la obesidad como cualquier cambio en el estilo de vida.

Pero hay más posibles explicaciones, como una llamada “azar”. Porque no sabemos si casualmente el paciente se ha divorciado esa semana, o si ha sufrido una pérdida importante de un ser querido, algo que en muchas personas genera importantes pérdidas de peso (al menos hasta que se supera el trauma psicológico). ¿Y si el paciente padece una enfermedad que le ha hecho perder peso justo esa semana?  (Ej.: gastroenteritis con diarreas).

Volvamos, pues, a las evidencias científicas. Son las que tratan de diferenciar la casualidad (la relación entre variables se debe al azar)  y la correlación (dos variables están relacionadas, sin que una sea la consecuencia de la otra), de la causalidad (una variable genera la existencia de la nueva variable). Solo cuando se demuestra de manera fehaciente y con un amplio grupo de población que existe una causalidad, es momento de revisar otros parámetros, tales como efectos secundarios, coste económico y sanitario, etc. En agosto de 2010 en la revista Swiss Medical Weekly, se concluía que no existen evidencias convincentes que muestren que las flores de Bach sean efectivas para tratar ninguna condición. Aunque las flores de Bach es poco probable que generen efectos adversos (salvo si se usan en una enfermedad, en sustitución de una terapia que de verdad cure dicha enfermedad), esto no sucede con una terapia alternativa prima hermana de las flores de Bach, la aromaterapia (tan ineficaz como la anterior – Maturitas. 2012 Mar;71(3):257-60-). En enero de 2012 se publicaba en la revista The International journal of risk & safety in medicine una revisión sistemática de la literatura cuya conclusión no podemos pasar por alto: “La aromaterapia tiene el potencial de causar efectos adversos algunos de los cuales son serios”.

Tras estas reflexiones, si estás pensando en algo así como “este hombre dirá lo que quiera, pero lo que a mí me funciona, le funciona a mucha gente” (¿”anosotrosnosfuncionismo”?), nada mejor que recurrir a una frase del Profesor Edzard Ernst. Ernst es un auténtico experto mundial en salud pública, con más de 1500 publicaciones científicas a sus espaldas. La frase, que compartió en su blog, en octubre de 2013, es la siguiente:

– “El plural de anécdota no es evidencia, sino ‘anécdotas’”.

Cierro con último consejo: conviene huir del amimefuncionismo, pero más todavía del amivecinofuncionismo.


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